Sería más fácil vivir por el camino de la verdad construida. Esta frase, tomada de uno de los comentarios recientes, captura lo que me pasa por mi cabeza cuando mis textos amenazan en salir muy personales. ¿Por qué no escribes lo que quieres contar a través de un cuento sobre una mujer, llamémosla Hilda, algo gordita, decidida y sin ambigüedad, que vive en cierto pueblo en un país difuso, con una historia inventada?, me pregunto, en esos momentos. Si, es ciertamente tentador.
En mi imaginación, tú, mi visitante, estás conmigo como invitado a tomar un delicioso café a la hora que tu elijas. Los que me conocen mejor que hoy, saben que no soy de esos tipos que hablan sobre la nada, como si no quisieran compartir lo que más les interesa o aflige. Estás aquí, frente a mí, cuando estoy en mi pequeña casita de escribir, o ahora que hace mucho frío, a mi lado, en la mesa grande de la casa donde vivo, donde dos calefones eléctricos tratan de calentar el ambiente hasta a apenas 17 grados Celsius. ¿No te parece normal que te cuente sobre lo que me ha pasado últimamente? ¿En especial cuando se trata de algo tan impactante como una mastectomía, una mutilación de un torso aún hermoso y querido?
Varias influencias: una familia no convencional, una educación exigente, un carácter que se aburre rápido si no surge una fascinación por algo, la formación que recibí durante los años transformadores de los sesenta y setenta, la idea misma de que una transformación, la posibilidad de reinventarse (cada vez que sea necesario) es alcanzable, y la mudanza a un país como Bolivia, con su estilo de discreta convivencia tribal, ensimismada, aislada y misteriosa (para mi), me instigaron a mostrarme, a arriesgarme, a cuestionar en voz alta ciertas costumbres y a retar tabúes, a buscar siempre una cierta forma de expresarme para mantener relaciones significativas y valiosas. Una de estas formas es la que ahora intento realizar con Café con Marga.
Un recuerdo me salta a mi memoria: Estoy ante la ventana grande con la vista línea recta a la calle, no me muevo, me muestro, todos los transeúntes deben verme tal como estoy. Tengo apenas cinco años. Mi madre acaba de ponerme el nuevo abrigo suave y peludo, todavía con algunos hilos de hilvanar en los hombros, y estoy encantada: mi nuevo abrigo tiene el color de los pétalos del girasol, los botones brillan con el color de su corazón, y el cuello, recubierto con una tela de terciopelo del mismo color marrón, me parece la cima de la hermosura. Sé que mi madre me está observando, me deja, espera, entiende mi deseo. La oigo preguntar: “¿Ya es suficiente? Tengo que marcar el largo para coser el borde”. “No”, insisto, “necesito un ratito más”.
Sigo así, expuesta y me siento fantástica, esperando no sé qué. Pero, de repente, me doy cuenta de un nuevo sentimiento dentro de mí: me parece que me desinflo, me siento vulnerable, ridícula, descubierta. Al instante volteo y, calladita, me alejo de la ventana, subo a la silla, como una niña buena, para voltearme y hacer que me midan el largo del nuevo abrigo. “Te lo haré justo debajo de la rodilla”, me avisa ella, “tienes tan lindas piernitas rectas”. Asiento, enmudecida. Como en trance, observo como mi madre, de rodillas, con la boca llena de alfileres y un pedacito de tiza en la mano, me toca la pierna con la tiza como diciendo: “Sígueme el ritmo”, mientras le escapan de sus labios palabritas ininteligibles (por los alfileres) que me dicen lo mismo. Nadie me había podido ver; solo ví un perro correr por la calle.
Puedes preguntarme: ¿Por qué te esfuerzas tanto en expresarte? Debe ser por las mismas razones y alegrías que encontraba mi madre, Martine, en su dedicación a la alta costura, las telas finas, los colores y los detalles. Las mismas razones que tenía la actriz Emma Thompson (1959, Inglaterra) cuando se desafiaba a mostrar su cuerpo de mujer de más de 60 años en una de sus últimas películas: Buena suerte, Leo Grande (2022). Le importa tanto el tema de un orgasmo propio de la mujer, que, por cierto, tantas mujeres nunca llegan a disfrutar en toda su vida, que quiso destacar y comunicar a su manera infaliblemente seria y al mismo tiempo hilarante. En el papel de una mujer recién enviudada después de 40 años de matrimonio, contrata a un escort masculino, un trabajador sexual profesional, para aprender a disfrutar de su cuerpo. Una película encantadora; se la recomiendo.
Igual que otra mujer que me fascina desde hace años por su coraje como artista formidable: la madrina o guerrera del arte de performance, Marina Abramovic (1946, Serbia). Ella muestra su cuerpo, ya sea vestido o desnudo, para investigar lo que ocurre entre ella, como objeto de observación, y los miembros del público. Además, le interesa observar lo que ella misma debe afrontar durante la arriesgada exposición de su cuerpo, y lo que revelan los miembros del público en su reacción ante ella, a veces tan agresivos que temía ser asesinada.
La última confrontación entre ella y su público fue el mes pasado, durante el Festival anual de Glastonbury, Inglaterra, el más visitado del mundo. Vestida de blanco, formando el símbolo de la paz, fue un gran desafío para ella pedir siete minutos de silencio, con los ojos cerrados y las manos en los hombros de sus vecinos, para reflexionar sobre los conflictos, la violencia y la paz, a un público que vino al festival de tres días para festejar, escuchar su música preferida y bailar. Y lo logró.
Anteriormente, compartí mis pasatiempos a través de los relatos de Memoralia, bajo el seudónimo de Melendre, en el Blog de Finca La Víspera. Mirando atrás, el tema que investigaba a fondo fue el cómo nos aventuramos a salir de un país tan rico, hermoso y adelantado, como para cambiarlo por este país atrasado, aun viviendo en la Edad Media, desde nuestra perspectiva de entonces. Y, antes de este blog supe expresarme en la creación de la finca y en el desarrollo de actividades junto a los pueblerinos, tanto que con toda esa creatividad me mantenía fácilmente ocupada durante los últimos cuarenta años. Y, antes de venir a Bolivia me dediqué a explorar las cosas que me fascinaban en ese momento en varios trabajos y estilos de convivencia. ¡Tantas atmósferas, épocas, ocupaciones y episodios he vivido! En retrospectiva, veo que cada fase necesitaba su propia forma, y la buscaba a propósito: tenía que retarme, darme la satisfacción de un próximo paso en desplegar supuestos talentos y el disfrute de los resultados.
Imagínate que te hubieras quedado a vivir en tu país de origen, me preguntó una vez un escritor amigo. Es, por cierto, un tema válido para explorar en un libro: ‘La Hilda se quedó’, la historia de una mujer idealista, atrapada en miles de ilusiones propias y expectativas de los demás, en una sociedad estéril, planificada, súper organizada, supuestamente libre. Ella lucha en contra, con apenas el espacio para dar significado a su vida y a la de los demás. Seguidamente, la rendición al sistema, trabajando de terapeuta o coach, parte del enorme ejército de apoyo mental a la otra mitad de la población, para que siga trabajando como un ejército de ratas en una rueda de ejercicio, para mantener el Sistema Santificado funcionando. Vive en su propia casita a poca distancia en bicicleta de una ciudad grande, parte de un colectivo vivísimo con familias, niños, adolescentes, solteros y parejas, donde nunca hay tiempo para aburrirse. Unas veces al año va a un festival de música con una sola pildorita de XTC en su mochila, para sentir, junto a los demás festivaleros, como el mundo debería ser: todos felices, festivos, amorosos y extáticos. Un libro que caería dentro la categoría de la ciencia ficción con toques de terror inesperados. ¿Quién sabe?
Con Café con Marga quería seguir compartiendo mis pensamientos, quimeras, vivencias, picardías y descubrimientos. Manteniendo el estilo de un encuentro agradable, divertido, serio, informal, personal, con humor, entre amigos de muchos años o recién conocidos, tomando un buen café. Sin embargo, ahora hay un contratiempo, llamado cáncer.
¿Qué me está pasando desde hace más o menos un año? Lo que tenía que pasar por la edad que tengo, en cualquier momento. Ahora es el cuerpo que me presenta y ofrece los desafíos; ya no necesito buscarlos. ¿Lograré confrontarlos con la misma resiliencia de siempre? ¿Qué me pasará cuando me muestre al mundo con una sola mama derecha? Y, ¿qué te pasará a tí cuando me encuentres así, mutilada?
Todo el mundo me saluda ahora con una sola pregunta: “¿Cómo te va?”, acompañada con aquella significativa mirada, con sus miles de expresiones. Cada vez trato de inventar algo nuevo al responder, rápidamente, lo suficientemente relevante, y voilá, podemos seguir normalmente.
Durante el día, en la finca, al encontrarme con quien sea, me siento bien, hasta fuerte, retando aún a veces a los que encuentro, mostrando y pasando mi mano por encima de la planitud tan obvia. Pero, a menudo también, se me pasa que me avergüenzo de la insistencia de querer mostrarme. ¿Tal vez solo yo me veo tan plana? ¿Será que el reto es solo mío? ¿Y es la finca el lugar para practicar, jugar y experimentar libremente?
Es durante las noches cuando me amonesta una voz que recién se unió a mi repertorio: “Mostrar tu cuerpo es lo que menos debería preocuparte desde que te operaron. Que la cicatriz a veces se siente como si una serie de grampas tiraran de la piel, aún es bastante tolerable. El problema es que vivías en la ilusión de que así ya estaría todo solucionado. ‘Córtame toda la mama de una vez’, dijiste, ‘No, no, no me quiten solamente el nódulo, todo de una vez, lo más drástico. No quiero quimio ni radioterapia’.
No habías tomado en cuenta que siempre se aconseja un tratamiento posterior, aunque sea una sola pastillita diaria durante 5 años, con los inevitables efectos adversos, para impedir que posibles células cancerosas sueltas puedan empezar, sin más, en otra parte del cuerpo, a formar un nuevo tumor, sin vuelta atrás. Esa es la fama del cáncer: no se sabe por qué exactamente empieza, no hay todavía remedios definitivos; solamente hay cálculos de probabilidad estadística, muchas circunstancias sospechosas, y progreso en prolongar la vida, o, simplemente, retrasar la muerte. Estás navegando en otro barquito ahora y tienes que remar con los remos que has podido crear durante toda tu vida anterior. Estás en la hora de la prueba.”
Entonces, un pánico suele surgir, de no sé de qué parte de mis entrañas: los terribles, horribles efectos adversos irán a devorar mi cuerpo, aún tan fuerte y hermoso. No permitiré que me devore. Comienzo a indagar una voz diferente, que me indique un camino sensato a seguir. No me es fácil poder encontrarla, ya que nunca me había encontrado en esta situación.
Un grupo de mujeres, venidas de todos los rincones del mundo a asentarse en Samaipata, para dar una vuelta propia a su vida y a la de sus queridos, me ofrece una ceremonia amorosa de sanación. Las luces en sus ojos, los abrazos, los ramos de flores, las danzas, las canciones alentadoras, las galletas caseras, las alabanzas susurradas, la corona de flores en mi cabeza, todo eso me inspira a tener más fé en mi juicio propio.
Escucho otra voz, la de un discernimiento sano, decir: “Confiar solamente en la intuición, me parece una guía poco confiable en esta temible cuestión de salud. No creo en la intervención de diosas, ni en la intercesión de una santa, ni en las creencias populares que suelen asignar significados vagos o causas infundadas a una enfermedad misteriosa, como es el cáncer hoy. Y, como en su momento, fue la peste, la tuberculosis, el sida, el covid (y muchas otras más) antes de encontrar las causas verdaderas. Y, además, hay que saber, que existen tipos de cáncer que son curables.”
Seguiré el camino indicado por la ciencia médica, pero no sin buscar segundas opiniones y los consejos de expertos-por-experiencia, especialmente de aquellas que padecen la misma enfermedad y de las sobrevivientes de muchos años. Me comprometo a tomar el control sobre el camino a seguir en mis propias manos y mantener el sentido común muy presente. El miedo huyó de los matorrales…
Samaipata, entre el 27 de Julio hasta el 31 de Agosto de 2024
--Para lectores perseverantes: Susan Sontag, filósofa, escritora y experta-por-experiencia: La enfermedad y sus metáforas (1978 y 1988), un ensayo lleno de sorpresas; existe un pdf en internet.